domingo, 28 de julio de 2013

Memorizo

Memorizo porque la memoria es lo único que me quedará cuando te vayas, cuando todos se hayan ido. La memoria y si tengo suerte alguna clase de soporte virtual, de papel, de barro, ojalá, ojalá, por favor, tu oreja, para redactar todo lo que recuerdo y por qué los domingos me ponen tan triste. Cagarme en la puta porque la verdadera libertad es no existir, por eso Dios es libre y los que soñamos con la libertad tenemos las cadenas más pesadas. Estoy pasada, no tengo veinte años y ya he caducado. No soy un yogur de Macedonia. Ni siquiera es síndrome pre, post menstrual, mis ovarios son tan libres que me duele que no me duelan. Me pregunto si se repetirá esta escena con 51 años y si lo más dulce de mi vida será el whisky a falta de tus ojos, ¡QUE NO SON MEDIOCRES!, si acaso llegaré a cumplir 51 años. Preveo que entonces me obsesionaré con el paso del tiempo. Ojalá me quieras con los ojos hundidos para que yo intente sacarlos a flote por nosotras... Vendrá la muerte, pero Pavese, sería no tener sus ojos... La muerte es perder la vida, la vida que tú estás dispuesta a darme y a la que yo me tiro de cabeza, aunque la tenga rota, porque tú me quieres así.

sábado, 20 de julio de 2013

Que crezcan.

Dentro de mí siempre ha existido un lobo
(ahora dos):
el de la nostalgia.
La nostalgia del que archiva fieramente los recuerdos,
no vaya a ser que los secuestre la lluvia,
y como un poseso se tatúa a fuego con el brazo del dolor
hasta el detalle más insignificante.
El dolor insignificante es el que mata a uno por dentro,
despacio,
es el dolor de las goteras o las termitas
o los billetes de tren caducados.
Con el placer insignificante pasa lo mismo.
Es la nostalgia de saberse pequeño en un cuerpo, casa, tierra, universos infinitos.
La nostalgia del que nunca se conocerá a sí mismo
ni a aquel niño venezolano que sostiene el mundo con sus manitas de hoyuelos.
La nostalgia de quien nunca sabrá quién hizo el amor antes en la habitación que ahora llama suya.
La nostalgia de las raíces muertas en una tierra que siempre será de otros.
La nostalgia del telescopio o la pata de la mesa.
La nostalgia de los millones de personas que le prometieron la luna a alguien,
la de no visitar Plutón o Etiopía.
La nostalgia, en fin, de quien domina y se somete al tiempo,
yaciendo en el suelo,
dejando a las nubes crecer.

lunes, 15 de julio de 2013

ma

Finalmente me he convertido en la clase de persona que asalta las clases del parvulario en busca de restos mancillados (para siempre) de plastilina bajo las sillas de colores para convencerse de que la felicidad absoluta de los 4 años existió de verdad a veces y de que toda la lluvia que me ha aplastado el flequillo desde entonces no es excusa para no dejarme oler ni un poco a inocencia, aunque sea de lejos, mamá.

lunes, 8 de julio de 2013

Me va a doler el culo

Entonces creo, Pablo,
que la vida es un columpio,
tal vez de hierro, madera, plástico o cristal,
a lo mejor las cadenas son la doble hélice del ADN
o seda dental,
y los apoyos, las piernas de una chica guapa
o una enorme a mayúscula.
Pero la vida es un columpio
y los columpios, columpios son.



Por cierto: 

No tiene desperdicio y esa presentadora entrevistadora tan guapa y chachi es amiga mía. A mí personalmente me gusta el árbol del fondo. A verlo todos, capulles.