miércoles, 11 de septiembre de 2013

Soy de la vieja casa

Soy de la vieja casa, de la vieja casa,
la de los miles de ojos y las espadas.
Soy de la vieja casa, la vieja casa,
la que cargaron mis abuelos a sus espaldas.
La vieja casa, siempre marcando con sus visitas el paso del tiempo,
y el tímido reloj del baño, la madera astillada del marco de la puerta del salón,
los veranos, el eco, los techos altos,
el gotelé, los gatos muertos.
Aquí nadie me ha gritado,
los dragones de plata triste de la escalera me hicieron feliz.
Ahora tengo diecisiete años,
y la dosis necesaria de realismo para fundirme con el vestíbulo en silencio.
Yo reí aquí una vez,
este espejo me ha visto crecer.
¿Me iré?
¿No voy a perseguir nunca más a un mocoso moreno con el flequillo sobre los ojos por el patio?
¿Quién les hará cosquillas a los niños si yo me voy?
¿Quién les va a enseñar a gritar al pozo?
Pensando estas cosas en la escalera de los 70
soy la mezcla oportuna de talento y mala suerte.
Este es mi castillo,
qué importan los títulos de propiedad.
Sé que no es mi hogar,
y qué.

Yo nunca he tenido uno.