jueves, 21 de febrero de 2013

Y tú hueles a piscina.



"Forever's not so long...", ando pensando mientras te acaricio distraídamente el pelo. Entonces un gruñido malhumorado me devuelve a mi sitio: lo que me quede de pulgar.
Bueno, no importa. No es una sorpresa, algo a lo que nunca me haya enfrentado. No es tormenta, sólo es lluvia. Siempre has sido lluvia. Lluvia, un poco ácida a veces, y cansina, claro, pero mi lluvia, a fin de cuentas. Y a veces sale el sol, aunque chispea. Y no hay arcoíris. Joder, nunca me gustaron los putos arcoíris y a los arcoíris nunca les gusté yo. Mierda.
Podría haberme pasado años buscando qué tenía de especial tu nariz trigonométrica. Y así lo hice. Yo tenía una devoción ciega en tus cejas y en tu cuello, lo que pasa es que al final Dios no existe. Dios nunca existe, aunque yo quería creer que sí. Nunca dije nada por no romperle el corazón a esa gente de mi libro de lengua con la que viviré el resto de mi vida. Virgen arriba, sotana abajo, y muérete, y muérete, y muérete. ¡No quiero morirme, Manrique! Pero Dios no tiene por costumbre existir.
No, niego con la cabeza y observo en silencio. Y entonces algo se rompe. O se arregla. Yo qué sé, mi vida se ha derrumbado y ya no me importan esos matices. Joder, ni siquiera me importo yo, ni siquiera me importa tu nariz. Al menos, no como antes.
La única verdad es que no hay una única verdad. Y, como no podía ser de otro modo, esto tampoco es absolutamente cierto, porque existen las matemáticas y la lógica. Existimos tú y yo. O tal vez no. No hay una única verdad, o sí. Nadaré un rato más entre la ambigüedad antes de decidir que prefiero no masturbarme más pensando en ti.
Qué desidia, te he dejado la puerta abierta y ya ni siquiera entras para incordiarme y pincharme en las costillas. Bueno, no importa. No es una sorpresa, algo a lo que nunca me haya enfrentado. Espera, sí que lo es. Desidia. Qué raro suena, qué raro has sonado siempre.
Supongo que de vez en cuando asomarás la nariz. No esperaba menos, llevo tus tatuajes en los brazos, aunque ya han dejado de arderme. Más o menos. Supongo que siempre que entres te chuparé el codo, pero ya no necesito chuparte el codo. Y me alegro.

Algo se ha roto o arreglado y sólo me queda afrontar el agnosticismo romántico. Estoy demasiado rota (o arreglada) para ser atea, pero empiezo a comprender qué significa ser libre.
Y tú hueles a piscina.

sábado, 16 de febrero de 2013

A veces libre


Este es Carlo Platko.
A Carlo Platko le gusta leer, caminar y estar solo, en resumen: le gusta ser Carlo Platko. A veces Carlo Platko también escucha el mar, pero sólo cuando está totalmente seguro de que el mar no le puede escuchar a él, y siempre desde una distancia prudencial. Entre las hojas de una palmera, donde mis olas no puedan encontarle.
Sin embargo, incluso Carlo Platko necesita el mar de vez en cuando.

Carlo Platko sonríe porque no hay barcos a la vista y hunde los dedos en la arena húmeda. Carlo Platko tiene esa clase de sonrisa que detiene las olas y a la vez hace que luchen entre sí por correr a lamerle. Carlo Platko tiene esa clase de sonrisa de la gente que nunca ha sonreído mucho.

¡Carlo Platko! Ahogado en la luz, sus dedos se aferran al lomo de un libro para sobrevivir. Aunque esta banda sonora dé mucho miedo y no haya nadie enfrente de Carlo Platko que quiera hundirse en su lugar. Justo como planeó.

¿Carlo Platko? ¡Suelta esas fórmulas químicas y mírame! ¡Mírame! Mírame...
Tomamos aliento...
Y esos ojos verdes que secuestran sin darse cuenta...
Y esos ojos incomprensibles fugándose entre la espuma rabiosa...

Carlo Platko escupe y traga y en el mundo sensible nos duele el cuello. La voz de Carlo Platko es pueril, en ocasiones congestionada. A veces libre.
 —Sé a sal.
Y es mío, y esa humilde perfección me dura un instante. A veces libre.


Nadie se olvida, Carlo Platko.
¿Qué mar hubiera sido capaz de no llorarte?
No, nadie, nadie, nadie.
Nadie es a veces libre.